El género de la estampa resulta anacrónico. También el costumbrismo, el estilo literario al que se asocia. A mediados del XIX y comienzos del XX, las estampas costumbristas realizarían un retrato del día a día de la totalidad social. Periférico al debate de la modernidad, aunque en modo alguno ajeno a él, en ese retrato se cruzaban rasgos como el rigor descriptivo del positivismo o el gusto burgués por un pintoresquismo amable.
La manera en la que la estampa se acomodó a técnicas diversas se hace aparente en el contexto del País Vasco. Así lo muestran las placas de Eulalia Abaitua (1853-1943), fotógrafa aficionada que retrataba hombres y mujeres en medio de sus tareas; las acuarelas de Víctor Patricio de Landaluze (1827-1889) en Los tipos y costumbres de la isla de Cuba, con las que el pintor vasco fijaría la galería de arquetipos populares de la sociedad cubana; o la colección de relatos del mundo rural Fantasías vascas de Pío Baroja (1872-1956).
Con el título “fantasías”, el novelista de la generación del 98 evocaba la libertad expresiva de la forma musical romántica de igual nombre. Desde su condición de formas menores, la estampa y la fantasía representaban una modernidad a la que las grandes formas burguesas del XIX, la novela, la ópera o la sinfonía, no podían aspirar. La estampa, aunque sancionadora del orden imperante, se aparece cargada de potencial crítico. Más que los asuntos cotidianos que recoge, son razones técnicas las que le dotan de ese potencial desestabilizador. Así, el sentido literal de estampa es el de un soporte que reproduce en papel dibujos, pinturas y fotografías. Además de reproducible en copias múltiples, la estampa no suele presentarse aislada, sino en forma de un conjunto que se presta a ordenaciones varias.
Pensar la historia, cruce de memoria individual e intersubjetividad histórica, implica en un tiempo sin afueras realizar constantes ejercicios de alejamiento, acercamiento y extrañamiento con respecto de lo percibido como propio y como otro. Si se entiende la cultura como el “fruto de una necesidad de explicarse”, entonces, la tarea del lenguaje del arte es aspirar a su traducibilidad y a una cierta condición universal.