Errementari (Paul Urkijo, 2018) y Amama (Asier Altuna, 2015), cada uno con sus propios códigos y de géneros distintos, también van a lomos de la tradición. Conjugando dosis de microcosmos y universalismo, se han hecho un hueco en lo más granado del nuevo cine vasco. En el primer caso, Urkijo se basa en un popular cuento vasco de 1902, Patxi Errementaria, que a su vez pertenece a una serie de fábulas europeas sobre diablos cazadores de almas humanas. Amama, en cambio, debate sobre el papel del caserío (típica casa de campo vasca) entendido como metáfora, pero también como una forma de vida que se desvanece como un azucarillo en aguas turbulentas. Altuna aborda cuestiones relacionadas con la sociedad patriarcal, la moral y la familia desde una mirada simbólica cargada de ensoñación y consigue que su mensaje pueda calar en cualquier rincón del planeta.
Existe, no obstante, un punto de unión clave en el cine vasco contemporáneo: el idioma. Por primera vez, el euskera se ha introducido de lleno en las salas de cine. No es un fenómeno nuevo, pero las incursiones esporádicas que tuvieron lugar en la primera década de los 2000 se asumen ya con total naturalidad. La actividad es intensa y continua y, como un animado pulpo en el mar, sus tentáculos alcanzan géneros y formatos variopintos.
Sin otro tándem, esta vez compuesto por Altuna-Esnal, seguramente no habríamos llegado a esta situación. En 2005 lograron un éxito inesperado con la simpática comedia Aupa Etxebeste!, que arrastró a 70.000 espectadores a las salas de cine. La historia de una familia que se ve obligada a pasar sus vacaciones encerrada en casa en lugar de en la costa mediterránea conquistó al público vasco. “Pensábamos que como comedia iba a funcionar. Lo vimos en el pase previo que hicimos con todo el equipo. Pero no sabíamos si en las salas podía estar una semana o un mes”, recuerda Xabier Berzosa, uno de los dos productores de la película. “¡Y mucho menos que se haya convertido en una película casi mítica!”, remata su compañero Iñaki Gómez. Entonces, el reto consistía en triunfar también fuera del País Vasco. En la primera década de los 2000 se estrenaron otras producciones en euskera como Kutsidazu bidea, Ixabel (Fernando Bernués y Mireia Gabilondo, 2006) o Ander (Roberto Castón, 2009). Empujados por el efecto Loreak y con el euskera absolutamente normalizado en las producciones cinematográficas vascas, Asier Altuna y Telmo Esnal estrenan 14 años después su secuela, Agur Etxebeste.
El de la animación es un territorio fértil desde hace tiempo (Gartxot, Kalabaza tripontzia, Ipar haizearen erronka…) y con Black is Beltza (2018), dirigido por el todoterreno Fermín Muguruza, se ha atrevido a dirigirse a un público adulto con una historia frenética que mezcla música soul con las revoluciones que tuvieron lugar en los años 60 en Estados Unidos. Fresneda, que también ejerce de directora (ha dirigido los documentales Irrintziaren Oihartzunak, en 2016 y Lurralde hotzak, en 2018), subraya el carácter plural del cine que se está haciendo en euskera, que da pie a propuestas más experimentales o que se salen de lo común. Entre otros, destaca en este campo el director donostiarra Koldo Almandoz. Bregado en el cortometraje, de la mano de su cinta Oreina entró por derecho propio en la sección de Nuevos Directores del Festival de Cine de San Sebastián en 2018. Almandoz pertenece a una generación de cineastas vascos (Telmo Esnal, Jose Mari Goenaga, Aitor Arregi, Jon Garaño) que durante años se fogueó en el programa de cortos Kimuak, auspiciado por la Filmoteca Vasca y Etxepare Euskal Institutua, y que una de sus últimas representantes es Maider Fernández. Gure hormek, codirigida con María Elorza, fue candidata a Mejor Cortometraje Documental en los Premio Goya 2019.