En esa obra de Ferrer estaba presente ya un punto fundamental en la propuesta de Okariz: la diferenciación entre lo público y lo privado. Contraponer a lo público lo íntimo y personal, es decir, aquello que ocurre en los espacios privados, espacios que históricamente han sido considerados propios de la mujer; y muros que han limitado su capacidad de acción.
“En sus primeras obras de vídeo era habitual encontrar a mujeres encerradas entre cuatro paredes, en una relación no siempre cómoda con el espacio doméstico.»
No es de extrañar, por tanto, que la crítica a la vida doméstica esté presente desde los orígenes del arte feminista. Algunas realizaron dicha crítica centrándose en los espacios domésticos concretos que eran escenario del trabajo de la mujer, como la estadounidense Martha Rosler en su Semiótica de la cocina; otras muchas se centraron en cuestiones ligadas a la feminidad. En el País Vasco, el ejemplo más destacado es la obra Penélope de Itziar Elejalde (1980): de un neón rosa cuelga, sujeta por pinzas y a modo de ropa limpia, una tela blanca brillante. Tela en la que se puede leer la siguiente frase, bordada en hilo rosa: hasta cuándo Penélope abusarás de tu paciencia.
Veinte años después, mientras Okariz realizaba sus primeras performances en el río Rin, Naia del Castillo presentaba su obra Espacio doméstico. Silla al premio Gure Artea. Era una obra que constaba de dos partes: un objeto y una fotografía. El objeto era una silla de madera, que tenía encima un cojín y, atado al mismo, una falda hecha de la misma tela; la fotografía, por su parte, era de una mujer, atada a la silla por la falda que lleva puesta. Mostraba a la mujer clavada al espacio doméstico y, además, con un material ligado a las labores femeninas como las telas y la costura. Se representaban los muebles domésticos como cachivaches que definían y limitaban la performatividad, que nublan la supuesta calidez del hogar con la oscuridad de la cárcel.
En la obra artística de Naia del Castillo salen a la luz los espacios y objetos, hábitos, actitudes y movimientos que dan forma al rol de la mujer; en la obra artística de Itziar Okariz se generan situaciones en las que se rompe con ellos y se toman otros espacios y actitudes. Okariz invita a construir la complejidad de la identidad actuando; y no en un sitio cualquiera: sino en ese espacio público que construye al sujeto público.
Partiendo de esa inquietud, el colectivo Pripublikarrak apostó por tomar el espacio público y en 2006 propuso la iniciativa Koktelazioak para difundir la idea de la construcción identitaria. En diversas plazas de Bilbao, ofrecieron a las personas viandantes la oportunidad de conformar el mapa de su identidad, eligiendo rasgos de un menú. En lugar de nombres, el menú ofrecía acciones: es decir, en lugar de “soy deportista“ se podía elegir “practico deporte”. Para hacer frente a la identidad estática, querían mostrar a las personas participantes una identidad que se construye y transforma a diario a través de nuestras acciones. Y para representar la originalidad de todas las identidades vincularon todas las acciones del menú a un ingrediente y a cada persona se le preparaba un cóctel con los distintos ingredientes de su mapa identitario.
En el trabajo del colectivo Señora Polaroiska también podemos percibir el recorrido realizado por el cuerpo de la mujer hacia el espacio público. En sus primeras obras de vídeo era habitual encontrar a mujeres encerradas entre cuatro paredes, en una relación no siempre cómoda con el espacio doméstico. En su obra Lady Jibia, sin embargo, del mismo año en que Koktelazioak tomó las plazas de Bilbao, se contraponen espacio doméstico y naturaleza: el primero limita y normativiza el cuerpo de la mujer a través de ropa, trabajo y gestos; en la segunda, por el contrario, el cuerpo se puede mover desnudo, libre. Y a partir de entonces, las mujeres que aparecen en las obras de Señora Polaroiska van tomando el espacio público de forma más evidente.
Ejemplo perfecto de ello es su obra Pilota girls de 2012. El frontón es uno de los espacios públicos fundamentales del País Vasco, ya que además de cancha a menudo ha ejercido también de plaza del pueblo. Como muchos otros, es un ámbito totalmente masculino porque solo jugaban hombres y el público y los apostadores también eran fundamentalmente hombres. Para este vídeo, Señora Polaroiska siguió a la pelotari Patri Espinar por las calles de Bilbao, mientras ésta improvisaba en las fachadas de los edificios como frontón. La pelotari tomaba así las calles de la ciudad, una vez más, mostrando actitudes y movimientos no ligados a su género y mostrando los espacios con las marcas de género que los definen.
El poder de las acciones y del cuerpo de la mujer para incidir en el espacio público, y las posibilidades que ofrecen para reflexionar en torno a la separación de género son temas muy recurrentes en el arte contemporáneo vasco. No resulta ajeno para una sociedad vasca contemporánea que ha asumido las calles como espacio reivindicativo, pero sigue siendo necesario aún.