Periplo

¡Bienvenid@! Entra. Entra al teatro y siéntate. Elige tu asiento, tu espacio, tu ventana. Define tu perímetro. Tu nave espacial, tu universo, tu mirada. Prepárate para un viaje a las profundidades del teatro vasco. Moldea bien tu improvisado rincón a tu antojo, hasta que te sientas cómod@.

Entra y elige tu lugar en el frontón, en la casa de cultura o en el conocido teatro; en la esquina de la calle, en el gaztetxe o en la plaza del pueblo. Entra y siéntate, ya que hemos preparado un periplo para ti: un viaje al interior de la escena vasca. Atraviesa con nosotros las venas, los hilos y los nudos de los escenarios vascos. Conoce las estrellas, satélites y constelaciones del teatro vasco. Saborea, huele sus entrañas, sus pulmones, sus vestigios y sus paradojas. Juega con nosotros. Juega desde tu prisma, tu sangre, tu sabiduría, tu cultura. Viste con anhelo el espíritu y convierte el teatro vasco en tu capricho durante un rato. Ábrenos tu puerta, el ojo de tu corazón. Querid@ espectador/a, bienvenid@ a nuestro teatro. El espectáculo va a comenzar!

‘ Entra y siéntate, ya que hemos preparado un periplo para ti: un viaje al interior de la escena vasca.’

¡Mira! Se abre el telón, el telón de la escena vasca. Incluye periferias y núcleos urbanos, litorales, campos y llanuras. La geografía del teatro vasco es multicolor. El teatro vasco es diverso. Respetuoso. Responsable y con valores en temas sociales. Siempre atento para con el pueblo y su lengua. El apego al teatro vasco es la voluntad para con la cultura vasca, el amor por ella. El teatro vasco es una sencilla fotografía del sentir vasco: lo bebido del ayer, lo reavivado por los amantes, lo enriquecido por la actualidad. El repertorio es largo. Demasiado largo para poder citarlo todo aquí… Vamos a recomendar algunos espacios. ¡Mete la mano en el saco y que el azar decida el escenario de hoy! ¡Abre el mapa y… ahí tienes las estaciones! ¡Los escenarios! ¡Los rincones! ¡El viaje va a comenzar!

1ª ESTACIÓN:

Para comenzar esta gira, quiero invitarte a Harri Xuri en Luhuso, Lapurdi. El teatro Harri Xuri es desde 2009 un baluarte de diversas residencias y estrenos. Un lugar agradable de verdad. Así y todo, siempre hay alguno que destaca: uniendo territorios y dialectos vascos, tres compañías ‒Artedrama, Axut y Dejabu‒ han ofrecido una nueva visión al teatro. No sé si lo han hecho renacer, pero lo cierto es que han conmocionado al público. Y últimamente suelen agotar todas las entradas para cada actuación. El nuevo espectáculo lo estrenan cada dos años. Si puedes acudir, aprovecha la oportunidad. Es un espectáculo que no te dejará indiferente!

2ª ESTACIÓN:

Nada más entrar en tierras guipuzcoanas, desde 2008 organizan en Rentería el festival de artes escénicas Eztena, de la mano de la asociación cultural Mikelazulo. Tienen su sede en Beheko kalea 4. Allí han intercambiado año tras año salsa, juegos, performances, géneros y experimentación en pleno fervor de junio. ¡Visita la cueva, libera el cuerpo, las redes, la razón… y diviértete con los amantes del teatro!

3ª ESTACIÓN:

Allá donde se encuentra el agua salada, hacia allá es donde arranca la excursión. Hacia dónde, hacia San Sebastián. Esbelto en lienzos, donde el mar embellece la ciudad. Allí se encuentra desde 1912 el prestigioso teatro Victoria Eugenia, construido con elegancia a orillas del río Urumea. Tiene más de 900 asientos mirando a las rojas cortinas de terciopelo. Entra. Entra y siéntate. Hoy 27 de marzo, Día Internacional del Teatro, se entregará el Premio Donostia de Teatro. Como cada año, la mejor obra teatral en euskera representada en la ciudad recibirá el premio y el reconocimiento. Emociones y sonrisas, abrazos y dulces palabras entre los compañeros de profesión. La alfombra roja es suya hoy.
Sin embargo, los actores de teatro donostiarras siempre han nombrado el Teatro Principal de la Parte Vieja como el teatro favorito de la ciudad. El teatro vasco debe mucho a este espacio desde 1843. Son tantos los sueños, anécdotas y curiosidades… Son tantos los recuerdos, historias, acontecimientos… vividos en este teatro. Sin embargo, hoy en día los jóvenes, los eusnobs y los espectadores refinados del siglo XXI acuden a ver el teatro vasco en la Gasteszena del barrio de Egia. Parece ser que allí se ofrece una programación muy interesante.

4ª ESTACIÓN:

Azpeitia, en pleno centro de Gipuzkoa, acogerá en noviembre la XXVIII edición de los Encuentros de Teatro. El teatro Soreasu es testigo directo de todos esos años. Incluso cuando se decía que el teatro vasco estaba a punto de desaparecer, se aferró a su sueño. Gracias a estos encuentros el teatro vasco ha recibido una merecida admiración y respeto incluso en los peores años. Tras un ejercicio de constancia, a día de hoy, este renovado teatro acoge interesantes estrenos cada año.

5ª ESTACIÓN:

Desde Gipuzkoa damos un salto hacia Bizkaia para reunirnos en la Feria de Durango. Haz tuyos el apetito y propósito cultural, la identidad popular, llena tus bolsillos y mete todo ello en la mochila. Una buena ocasión para pasar un buen día. Para conocer ámbitos, bordes, filosofías y experimentos de la actividad cultural. Pues más allá del entorno rural principal, las artes escénicas cuentan con un espacio propio denominado Szenatokia, gestionado en colaboración con la Asociación vasca de personas aficionadas al teatro – EHAZE. El punto de encuentro del Szenatoki es la sala San Agustin de la localidad ‒antigua iglesia convertida en teatro‒ donde encontrarás un interesante programa que cada año incluye novedades de las artes escénicas, obras de teatro punteras, presentaciones, conferencias y mesas redondas.

6ª ESTACIÓN:

A pocos kilómetros, en el pequeño pueblo de Aulesti, en la semana de Pascua se celebra el Laboratorio vasco Artedrama – ADEL. Un espacio de experimentación de los cuerpos, voces y procesos creativos comunitarios, en los diferentes cursos impartidos durante una semana. Un lugar de encuentro entre actores, directores, autores y aficionados del mundo del teatro, donde comparten vivencias, opiniones, propósitos y fuerzas. Con el intercambio artístico como base, preparan un programa lleno de espectáculos teatrales innovadores. Según cuenta la leyenda, una vez que conoces esta experiencia, querrás volver a vivirla.

7ª ESTACIÓN:

Cuando llegues a la Bilbao te impresionará la vista del teatro Arriaga, que se muestra grandioso en el centro de la ciudad. En los últimos años, es el pequeño espacio que se le ha dedicado a la escena vasca lo que ha engrandecido al teatro Arriaga. En la capital vizcaína hay además otro tesoro que se creó en 2011, el llamado Pabilioi6 (P6): un espacio diáfano y lleno de imaginación, abierto a la creación y a la invención, y que evoca la era industrial. Se trata, de hecho, de una fábrica apartada de los majestuosos y costosos edificios arquitectónicos; un lugar donde los artistas crean sus propias obras y las comparten con el público desde la cercanía.

8ª ESTACIÓN:

El camino continúa hacia Álava. Vas a entrar en la sala Baratza de Vitoria, que consta de tres salas. Abrió sus puertas en 2013, y desde entonces este acogedor firmamento a aunado todo tipo de creaciones, proyectos interdisciplinares y artistas de diversos ámbitos. A lo largo del año ofrece nutrientes tales como espectáculos, ciclos, cursos y exposiciones, para el agrado de los vecinos de Gasteiz y satisfacción de la curiosidad del público asistente. También ha concedido ayudas para residencias. Para quien quiera conocer las artes innovadoras en familia, Baratza es una parada imprescindible.

9ª ESTACIÓN:

El viaje está llegando a su fin: salida a Navarra y parada en la Escuela Navarra de Teatro en la calle San Agustín de Pamplona. Elige algún espectáculo del programa Antzerki Aroa y adéntrate en este teatro caracterizado por su encanto especial. ¡Pide una bebida en la barra que tienen fuera, y disfruta!

10ª ESTACIÓN:

Abre los ojos. Respira aire fresco. La brújula nos dirige al nordeste. Caminamos por verdes senderos hacia Zuberoa, maravillosa fortaleza de pequeñas aldeas. A la zona en la que el teatro popular tiende un puente entre los siglos XVI y XXI. Visita imprescindible para historiadores e investigadores. Podría ser pastorala, libertimentua, tobera…, pero hoy representan Maskarada, en la misma plaza del pueblo ‒cada domingo en un pueblo diferente‒ y son los propios vecinos los que interpretan la obra ‒gente del pueblo que este año ha tomado el relevo‒. Un dulce dialecto vasco suena en boca de los habitantes. Es invierno, pero claman a la primavera. Pían los pájaros y cantan las Txorotxas. Allí están los esbeltos bailarines gorris agitando sus piernas. Mientras, los despiadados beltzas alborotando los alrededores. ¡Esta sí que es una fiesta y tradición popular! Una tradición y una identidad. ¡Todo un rito! Toda una historia restaurada. Son los vecinos los actores, los rojos elegantemente vestidos. Y la plaza el escenario: lugar de incitación de los beltzas y mirador donde el público observa.

11ª ESTACIÓN:

Estimad@ espectador/a, únete a nosotros y siéntate, elige tu lugar, tu espacio y tu ventana. Abre el mapa, cierra los ojos y coloca el dedo índice donde quieras, porque te esperan infinidad de pueblos, salas, semanas de teatro, espacios mágicos y rincones entrañables que han quedado sin mencionar. Infinidad de semillas y hojas. El jardín del teatro de Euskal Herria cada vez va adquiriendo más colorido y es nuestro deseo compartirlo contigo donde sea.

Ahora, coge tus gafas y adapta a tu gusto las dioptrías, las sombras y las luces. Siéntete como si estuvieras en casa. Y ven a nosotros con curiosidad: con ganas de sentir, de conocer y de vivir. Porque el teatro es vida y está vivo. Y sé ahora nuestro preciado espectador, nuestro deseoso amante. Bebe de nuestra voz. De nuestra dramaturgia. Aliméntate de nuestra pasión. Llora, acaricia o ríe hasta no poder más. Juega con las emociones, con las lágrimas, con los deseos; y deja que éstos sazonen, suavicen y perfumen tu piel y tu corazón, y se fundan en ellos. Conviértete en protagonista de nuestro teatro. Sé nuestro público de lujo. Bienvenidos al teatro vasco. ¡El espectáculo va a comenzar!

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Cuerpos que toman las calles

Recién estrenado el siglo, una mujer vestida con una falda negra se colocó en medio del puente de Brooklyn, mirando a la cámara. Abrió las piernas y, de pie, comenzó a orinar en medio de dicho espacio público. La artista se llamaba Itziar Okariz y la obra, Mear en espacios públicos o privados. Entre 2000 y 2004 realizó la performance en muchos lugares; a veces en directo y otras para grabarla en vídeo, a modo de obra de arte independiente y permanente. Aunque la primera fue en el río Rin a su paso por Düsseldorf, realizó la mayoría de sus performances en Nueva York, donde residía por aquel entonces.

Los ecos de esa performance realizada en lugares remotos no tardaron en llegar a la escena artística del País Vasco. Y es que la obra de la artista era la plasmación provocadora de distintas ideas en debate en el feminismo de la época. En 1999 Judith Butler publicó la nueva edición en inglés de El género en disputa, libro publicado en castellano en 2001. En su libro, la filósofa desarrolla la base y la teoría del movimiento queer, es decir, que el género es performativo, se representa, se repite. Las que nos definen como hombre y mujer ante los demás son las actitudes, comportamientos y actos que repetimos una y otra vez. Butler afirmaba que se representa la identidad, que es algo que se reproduce todo el tiempo y que interrumpiendo dichas repeticiones o asumiendo actitudes que en principio no nos corresponden, tenemos la oportunidad de romper con la identidad de género.

Eso fue, precisamente, lo que ocurrió cuando Itziar Okariz abrió las piernas en el puente de Brooklyn y se puso a orinar. En lugar de agacharse para adoptar la posición habitual de la mujer al orinar, optó por hacerlo de pie como los hombres. Y en lugar de buscar un lugar cerrado y privado, como suelen hacer las mujeres, tomó ese espacio público que los hombres utilizan tan frecuentemente sin reparo alguno. En ese momento, Okariz era una mujer mostrando el lenguaje corporal propio de un hombre. Dejaba en evidencia que no hay ningún elemento biológico físico que justifique la diferencia entre ambas posturas; sino una decisión social cargada de significado.

‘La obra de Okariz ha sido un referente para numerosas artistas vascas que han fusionado cuerpo y feminismo; pero no ha sido la única.’

La obra de Okariz ha sido un referente para numerosas artistas vascas que han fusionado cuerpo y feminismo; pero no ha sido la única. Muchos años atrás, Esther Ferrer utilizó su cuerpo como materia prima para el arte. En 1977, en su performance Íntimo y personal se desnudó y tomó distintas medidas de su cuerpo para escribirlas en una pizarra. E invitó al público a hacer lo mismo. Así, hizo visible el control al que se somete al cuerpo de la mujer y quiso presentar el cuerpo como experiencia real vivida, reivindicándolo como algo más que un objeto de placer para la mirada del otro.

En esa obra de Ferrer estaba presente ya un punto fundamental en la propuesta de Okariz: la diferenciación entre lo público y lo privado. Contraponer a lo público lo íntimo y personal, es decir, aquello que ocurre en los espacios privados, espacios que históricamente han sido considerados propios de la mujer; y muros que han limitado su capacidad de acción.

“En sus primeras obras de vídeo era habitual encontrar a mujeres encerradas entre cuatro paredes, en una relación no siempre cómoda con el espacio doméstico.»

No es de extrañar, por tanto, que la crítica a la vida doméstica esté presente desde los orígenes del arte feminista. Algunas realizaron dicha crítica centrándose en los espacios domésticos concretos que eran escenario del trabajo de la mujer, como la estadounidense Martha Rosler en su Semiótica de la cocina; otras muchas se centraron en cuestiones ligadas a la feminidad. En el País Vasco, el ejemplo más destacado es la obra Penélope de Itziar Elejalde (1980): de un neón rosa cuelga, sujeta por pinzas y a modo de ropa limpia, una tela blanca brillante. Tela en la que se puede leer la siguiente frase, bordada en hilo rosa: hasta cuándo Penélope abusarás de tu paciencia.

Veinte años después, mientras Okariz realizaba sus primeras performances en el río Rin, Naia del Castillo presentaba su obra Espacio doméstico. Silla al premio Gure Artea. Era una obra que constaba de dos partes: un objeto y una fotografía. El objeto era una silla de madera, que tenía encima un cojín y, atado al mismo, una falda hecha de la misma tela; la fotografía, por su parte, era de una mujer, atada a la silla por la falda que lleva puesta. Mostraba a la mujer clavada al espacio doméstico y, además, con un material ligado a las labores femeninas como las telas y la costura. Se representaban los muebles domésticos como cachivaches que definían y limitaban la performatividad, que nublan la supuesta calidez del hogar con la oscuridad de la cárcel.

En la obra artística de Naia del Castillo salen a la luz los espacios y objetos, hábitos, actitudes y movimientos que dan forma al rol de la mujer; en la obra artística de Itziar Okariz se generan situaciones en las que se rompe con ellos y se toman otros espacios y actitudes. Okariz invita a construir la complejidad de la identidad actuando; y no en un sitio cualquiera: sino en ese espacio público que construye al sujeto público.

Partiendo de esa inquietud, el colectivo Pripublikarrak apostó por tomar el espacio público y en 2006 propuso la iniciativa Koktelazioak para difundir la idea de la construcción identitaria. En diversas plazas de Bilbao, ofrecieron a las personas viandantes la oportunidad de conformar el mapa de su identidad, eligiendo rasgos de un menú. En lugar de nombres, el menú ofrecía acciones: es decir, en lugar de “soy deportista“ se podía elegir “practico deporte”. Para hacer frente a la identidad estática, querían mostrar a las personas participantes una identidad que se construye y transforma a diario a través de nuestras acciones. Y para representar la originalidad de todas las identidades vincularon todas las acciones del menú a un ingrediente y a cada persona se le preparaba un cóctel con los distintos ingredientes de su mapa identitario.
En el trabajo del colectivo Señora Polaroiska también podemos percibir el recorrido realizado por el cuerpo de la mujer hacia el espacio público. En sus primeras obras de vídeo era habitual encontrar a mujeres encerradas entre cuatro paredes, en una relación no siempre cómoda con el espacio doméstico. En su obra Lady Jibia, sin embargo, del mismo año en que Koktelazioak tomó las plazas de Bilbao, se contraponen espacio doméstico y naturaleza: el primero limita y normativiza el cuerpo de la mujer a través de ropa, trabajo y gestos; en la segunda, por el contrario, el cuerpo se puede mover desnudo, libre. Y a partir de entonces, las mujeres que aparecen en las obras de Señora Polaroiska van tomando el espacio público de forma más evidente.

Ejemplo perfecto de ello es su obra Pilota girls de 2012. El frontón es uno de los espacios públicos fundamentales del País Vasco, ya que además de cancha a menudo ha ejercido también de plaza del pueblo. Como muchos otros, es un ámbito totalmente masculino porque solo jugaban hombres y el público y los apostadores también eran fundamentalmente hombres. Para este vídeo, Señora Polaroiska siguió a la pelotari Patri Espinar por las calles de Bilbao, mientras ésta improvisaba en las fachadas de los edificios como frontón. La pelotari tomaba así las calles de la ciudad, una vez más, mostrando actitudes y movimientos no ligados a su género y mostrando los espacios con las marcas de género que los definen.

El poder de las acciones y del cuerpo de la mujer para incidir en el espacio público, y las posibilidades que ofrecen para reflexionar en torno a la separación de género son temas muy recurrentes en el arte contemporáneo vasco. No resulta ajeno para una sociedad vasca contemporánea que ha asumido las calles como espacio reivindicativo, pero sigue siendo necesario aún.

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De Mikel Laboa a Delorean: El vuelo de un pájaro libre

Es como si Mikel Laboa (Donostia, 1934-2008) jamás se hubiera ido. Su canción más emblemática, «Txoria Txori», nació en las servilletas de un restaurante de San Sebastián a finales de los años 60. El poema, obra de Joxean Artze, estaba impreso y Laboa se llevó una de esas servilletas a casa. Decía lo siguiente: “Si le hubiera cortado las alas / hubiera sido mío / no hubiera escapado. / Pero así, / hubiera dejado de ser pájaro”. / Y yo… / lo que yo amaba era al pájaro”. Laboa partió de la letra de Artze y compuso la melodía en 1969. Se incluyó cinco años más tarde en su LP de debut, Bat-Hiru.

Mikel Laboa no es un músico cualquiera: se ha convertido en un mito. Durante toda su trayectoria basculó entre la tradición y la vanguardia, entre el pasado y el futuro. Partía de lo local para abrazar lo universal. Su música podía ser accesible, pero también desarrollaba ejercicios experimentales (sus famosos lekeitios eran series basadas en gritos y onomatopeyas) con los que podía rendir tributo a John Cage y Camarón de la Isla en una sola canción. Laboa fue un gigante. Y se resiste a desaparecer. Sigue vivo en actos públicos y privados, en comidas familiares, en la escuela, entre amigos, en pueblos y en ciudades, y lo mismo se cantan sus canciones a pleno pulmón para la inauguración de la Capital Cultural Europea de Donostia 2016 como en el campo de rugby de Baigorri.

Su figura se ha extendido como un gran arcoíris que se abre en el cielo. En 2017 el grupo de pop electrónico Delorean publicó Mikel Laboa, un álbum en el que se reinterpretaba su cancionero. ¿Uno de los adalides del indie vasco reivindicando al padrino del folk vasco? ¿Cómo es eso posible? Lo que en otros lugares puede sonar a boutade, aquí se explica con los continuos gestos que nuestros músicos brindan a Laboa.

‘Durante toda su trayectoria basculó entre la tradición y la vanguardia, entre el pasado y el futuro.’

Ya en 1990, cuando tenía 55 años, una serie de grupos noveles se animaron con un disco de 11 versiones titulado Txerokee: Mikel Laboaren kantak. Por impacto popular y trascendencia histórica destacan dos nombres por encima del resto: Negu Gorriak y Su Ta Gar. Los primeros, liderados por Fermín Muguruza, fueron los príncipes del rock-hardcore al sur de los Pirineos durante los años 90. Su trayectoria solo abarcó seis años, pero su actitud (comprometedora, combativa, incansable) está vigente. En el caso de Su Ta Gar, son nuestros Iron Maiden, un tótem del heavy-metal vasco que no da visos de agotarse. A Xabier Montoia se le atribuye la idea de haber puesto en marcha este proyecto. Se apuntaron figuras ilustres del Rock Radical Vasco de los años 80 (BAP!!, Delirium Tremens, M-ak), un movimiento heterogéneo que revolucionó el panorama musical y que hundía sus raíces en el punk inglés. Fermín Muguruza, el hombre que lo hace todo en el País Vasco, dio en el clavo cuando se le preguntó por Mikel Laboa: “Es la referencia inevitable en la música vasca», resumió.

Laboa no se puede entender sin sus compañeros de viaje. Entre 1966 y 1972 fue cofundador de Ez Dok Amairu, el grupo que cambió para siempre la canción vasca y alumbró a una hornada de artistas (Xabier Lete, Lourdes Iriondo, Benito Lertxundi, los hermanos Artze…) que ya forman parte del imaginario popular. Lete era poeta y músico y su recuerdo es imborrable. Junto con Iriondo, sellaron los sentimientos de la juventud vasca ante el hostigamiento de la dictadura franquita. Lertxundi es otro mito, uno de nuestros artistas más longevos y queridos. Conocido como el Bardo de Orio, su música ha transitado de la canción protesta a los temas de amor, cantos épicos, folclore vasco… Entre todos ellos se retroalimentaban, las sinergias eran habituales. En sus directos alternaban temas propios con canciones en euskera de Jaques Brel o Donovan, lo que supuso todo un descubrimiento: el euskera se estaba asociando a otras culturas musicales, también al rock´n´roll. De su apego simultáneo a la música vasca tradicional y el folk-rock americano surgió Errobi en 1974. El grupo de Baiona capitaneado por Anje Duhalde y Mixel Ducau fue, junto a Niko Etxart, pionero del rock euskaldun.

“Mikelen musika barrutik dator, berak landu eta inoiz utzi ez zuen ildo sakonetik, intuizioz beterik…»

Cantautores o no, los de antes y los de ahora, todo el mundo admira a Laboa. Y los caminos que pasan por Laboa son múltiples. La canción «Izarren hautsa», por ejemplo, fue compuesta por Lete y más adelante Laboa hizo una versión. Solistas contemporáneos como Mikel Urdangarin o Anari la incluyen en sus directos y Ken Zazpi, representantes del pop-rock mainstream, también hicieron su propia toma. «Haika Mutil», un clásico que popularizó Laboa, se incluyó en el disco Etxea (2008) del conocido acordeonista Kepa Junkera. Ruper Ordorika es otra figura clave del folk vasco y más allá (rock pausado, cantautor eléctrico) de los últimos 30 años. Colaboró en una canción del último disco de estudio de Laboa, Xoriek 17 (2005) y participó en un nuevo homenaje fabricado por el prestigioso sello Bidehuts.

En Txinaurriak. Mikel Laboari ikasitako kantuak (2010) se emuló la gesta de Txerokee 20 años más tarde: un nuevo dream team de grupos de corte rock (pero no solo) reinterpretaron 19 temas basados en la libertad creativa. Una obra poliédrica y llena de recovecos como la de Laboa encuentra en este doble LP una relectura acorde a su leyenda y en la que participan Willis Drumond, Lisabö, Audience, Athom Rumba, Inoren Ero Ni, Berri Txarrak… 7 años antes que Delorean, lo más granado de la escena alternativa e independiente vasca ya mostraba sus respetos a un hombre inmortal que voló como un pájaro libre. Y todo parece indicar que la fuente inagotable de Mikel Laboa se seguirá revisitando desde ángulos diversos e insospechados: ahí están los samples electrónicos de sus lekeitios por parte del grupo indie WAS; el «Txoria Txori» flamenco de Sonakay; la deconstrucción de un rockero que también vuela alto y libre, Joseba Irazoki; la improvisación de una artista total como Mursego; la heterodoxia del penúltimo descubrimiento del folk experimental vasco encarnado en Bas(h)oan…

Ruper Ordorika escribió una vez: “La música de Mikel viene de dentro, del surco profundo que él trabajó y nunca abandonó, lleno de intuición. Pero ese surco no era solamente creado por la intuición sino trabajado con detalle, sin olvidar las influencias de su entorno y de su tiempo”.

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El nuevo cine vasco: sobre flores y gigantes

El actual cine vasco se podría comparar con una hermosa flor en primavera: su tallo, erguido y robusto, conduce a una serie de pétalos de colores que brillan al sol y, de pronto, el paisaje a su alrededor se embellece exponencialmente. La metáfora no es gratuita. Loreak (Jon Garaño y José María Goenaga, 2014) sorprendió a todo el mundo en su estreno en el Festival de San Sebastián.

Rodada en euskera, una película sobre la cautivadora fuerza de unos ramos de flores que afectan a sus tres mujeres protagonistas -Ane (Nagore Aramburu), Tere (Itziar Aizpuru) y Lourdes (Itziar Ituño)- se convirtió en un gran éxito de crítica y público. Un drama redondo y elegante que fue seleccionada para los Oscar y que ha tenido una espléndida carrera de fondo: ha logrado más de 30 premios, convirtiéndose en la película en euskera más galardonada hasta la fecha.

‘Loreak ha logrado más de 30 premios, convirtiéndose en la película en euskera más galardonada hasta la fecha.’

El tándem formado por Garaño-Goenaga es la cabeza visible del llamado nuevo cine vasco. Su anterior trabajo, 80 egunean (2010), participó en más de 100 festivales internacionales, entre ellos cuatro de categoría «A». Su posterior film, Handia (2017), igual de bello pero con una producción más ambiciosa, está basado en un popular personaje vasco del siglo XIX llamado Miguel Joaquín Eleizegui Arteaga, más conocido como el Gigante de Altzo. Handia se llevó 10 de los 13 Premios Goya a los que aspiraba.

Loreak había sembrado de lirismo, exquisito gusto visual y calidad nuestro cine. Handia recogió la cosecha y contó una historia que recuerda inevitablemente a El Hombre Elefante de David Lynch. Entre una y otra película, entre flores y gigantes, el cine vasco ha enseñado sus credenciales, lo que Iratxe Fresneda, investigadora y profesora de comunicación audiovisual de la Universidad del País Vasco, resume con el binomio local-universal: “Se están haciendo cosas muy novedosas y bellas partiendo, sobre todo, de temas y realidades del País Vasco y llegando a un nivel alto de universalidad en el relato”. Dantza (Telmo Esnal, 2018) es un estupendo ejemplo. Partiendo de las danzas tradicionales vascas, el ciclo de la vida, la lucha por la supervivencia y el paso del tiempo son tratados con un despliegue audiovisual asombroso. 250 dantzaris (bailarines) de 15 compañías nos muestran temas globales en una película que es mucho más que un musical. Es un viaje poético. Un viaje a la esencia. A la tierra y a los mitos subyacentes.

Errementari (Paul Urkijo, 2018) y Amama (Asier Altuna, 2015), cada uno con sus propios códigos y de géneros distintos, también van a lomos de la tradición. Conjugando dosis de microcosmos y universalismo, se han hecho un hueco en lo más granado del nuevo cine vasco. En el primer caso, Urkijo se basa en un popular cuento vasco de 1902, Patxi Errementaria, que a su vez pertenece a una serie de fábulas europeas sobre diablos cazadores de almas humanas. Amama, en cambio, debate sobre el papel del caserío (típica casa de campo vasca) entendido como metáfora, pero también como una forma de vida que se desvanece como un azucarillo en aguas turbulentas. Altuna aborda cuestiones relacionadas con la sociedad patriarcal, la moral y la familia desde una mirada simbólica cargada de ensoñación y consigue que su mensaje pueda calar en cualquier rincón del planeta.

Existe, no obstante, un punto de unión clave en el cine vasco contemporáneo: el idioma. Por primera vez, el euskera se ha introducido de lleno en las salas de cine. No es un fenómeno nuevo, pero las incursiones esporádicas que tuvieron lugar en la primera década de los 2000 se asumen ya con total naturalidad. La actividad es intensa y continua y, como un animado pulpo en el mar, sus tentáculos alcanzan géneros y formatos variopintos.

Sin otro tándem, esta vez compuesto por Altuna-Esnal, seguramente no habríamos llegado a esta situación. En 2005 lograron un éxito inesperado con la simpática comedia Aupa Etxebeste!, que arrastró a 70.000 espectadores a las salas de cine. La historia de una familia que se ve obligada a pasar sus vacaciones encerrada en casa en lugar de en la costa mediterránea conquistó al público vasco. “Pensábamos que como comedia iba a funcionar. Lo vimos en el pase previo que hicimos con todo el equipo. Pero no sabíamos si en las salas podía estar una semana o un mes”, recuerda Xabier Berzosa, uno de los dos productores de la película. “¡Y mucho menos que se haya convertido en una película casi mítica!”, remata su compañero Iñaki Gómez. Entonces, el reto consistía en triunfar también fuera del País Vasco. En la primera década de los 2000 se estrenaron otras producciones en euskera como Kutsidazu bidea, Ixabel (Fernando Bernués y Mireia Gabilondo, 2006) o Ander (Roberto Castón, 2009). Empujados por el efecto Loreak y con el euskera absolutamente normalizado en las producciones cinematográficas vascas, Asier Altuna y Telmo Esnal estrenan 14 años después su secuela, Agur Etxebeste.

El de la animación es un territorio fértil desde hace tiempo (Gartxot, Kalabaza tripontzia, Ipar haizearen erronka…) y con Black is Beltza (2018), dirigido por el todoterreno Fermín Muguruza, se ha atrevido a dirigirse a un público adulto con una historia frenética que mezcla música soul con las revoluciones que tuvieron lugar en los años 60 en Estados Unidos. Fresneda, que también ejerce de directora (ha dirigido los documentales Irrintziaren Oihartzunak, en 2016 y Lurralde hotzak, en 2018), subraya el carácter plural del cine que se está haciendo en euskera, que da pie a propuestas más experimentales o que se salen de lo común. Entre otros, destaca en este campo el director donostiarra Koldo Almandoz. Bregado en el cortometraje, de la mano de su cinta Oreina entró por derecho propio en la sección de Nuevos Directores del Festival de Cine de San Sebastián en 2018. Almandoz pertenece a una generación de cineastas vascos (Telmo Esnal, Jose Mari Goenaga, Aitor Arregi, Jon Garaño) que durante años se fogueó en el programa de cortos Kimuak, auspiciado por la Filmoteca Vasca y Etxepare Euskal Institutua, y que una de sus últimas representantes es Maider Fernández. Gure hormek, codirigida con María Elorza, fue candidata a Mejor Cortometraje Documental en los Premio Goya 2019.

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10 claves para entender la cultura gastronómica vasca

1. La comida, lo primero

Con la comida no se juega, y menos en un país en el que buena parte de su vida social gira en torno a la gastronomía. Suele ser un tema de conversación habitual y, por supuesto, un plan recurrente. Para los vascos la comida es pasión ciega. Fe pagana. Una celebración. Un asunto de capital importancia. Lo primero es lo primero: resolver el dilema de qué y dónde se va a comer. Después, alrededor de una mesa, ya habrá tiempo para todo lo demás.

2. Un bien común

Vitoria-Gasteiz es una de las ciudades con más espacios verdes de Europa; Bilbao saca pecho con el museo Guggenheim y su asombrosa transformación urbana; Donostia, en cambio, es la ciudad de los festivales y un destino turístico que ha atraído desde reyes decimonónicos hasta surfistas de todo el mundo. Pero lo que todas ellas tienen en común, lo que une a las capitales vascas y a todo el territorio como hermanos siameses, es la comida.

3. Los mandamientos

La filosofía de la cocina vasca se basa en una serie de mandamientos incuestionables: el producto de proximidad o kilómetro cero; el respeto a la estacionalidad; un toque de autor; y una mezcla natural entre tradición y vanguardia. El respeto a la herencia recibida es tan importante como la fantasía y la innovación. Y una cosa no está reñida con la otra. Dos ejemplos recurrentes que abrieron mentes sin olvidarse de sus raíces: el popular pastel de cabracho de Juan Mari Arzak y la lubina a la pimienta verde de Pedro Subijana, del restaurante Akelarre.

4. Las curiosas sociedades gastronómicas

En estos locales habilitados con cocina y comedor, cuadrillas (grupos de amigas y amigos) enteras se reúnen con asiduidad para comer o cenar. No son restaurantes abiertos al público. No hay servicio de cocina. No se atiende a las mesas. Normalmente, las tareas se reparten entre los miembros de la sociedad: varios se encargan de hacer la compra, otras personas cocinan y una vez se ha terminado de comer se realiza el reparto de gastos entre toda la gente. A ojos de los visitantes y turistas pueden pasar inadvertidas, pero existen cientos de sociedades gastronómicas o txokos en Euskadi.

5. Txotx!

La temporada de sidra empieza el viernes anterior al 20 de enero y se alarga hasta finales de abril o principios de mayo. En algunas sidrerías se come de pie y en otras sentado. Pero todas ellas siguen a rajatabla una serie de rituales: un menú fijo basado en tortilla de bacalao, bacalao frito, chuleta y queso con nueces y membrillo; sidra ilimitada que se degusta directamente desde la misma barrica al grito de “¡Txotx!”; y, por encima de todo, un ambiente relajado, animado y muy alegre.

‘Para los vascos la comida es pasión ciega. Fe pagana. Una celebración.’

6. Sobre estrellas Michelin y otras constelaciones

Un dato muy elocuente: San Sebastián es la segunda ciudad del mundo con el mayor número de estrellas Michelín por metro cuadrado, solo detrás de Kioto. El mapa preciso de los restaurantes premiados se identifica fácilmente por todo el país. Las constelaciones son numerosas en un país tan culinario como este. En 2019 un total de 23 restaurantes obtuvieron en Euskadi el preciado galardón, cuatro de ellos distinguidos con tres estrellas Michelín.

7. Cocineros vascos: héroes locales (embajadores universales)

A finales de 1976 una docena de cocineros vascos fundaron un movimiento conocido como la Nueva Cocina Vasca. Paul Bocuse era su mesías, padre de la recién inventada Nouvelle Cuisine. Y sus pilares eran tres: la cooperación, la innovación y también el factor humano. Revolucionó la gastronomía vasca, asombró al mundo. 40 años después la aportación de Arzak, Subijana y compañía sigue vigente. En los últimos tiempos una serie de cocineras y cocineros vascos están tomando el relevo de los incombustibles veteranos: Aizpea Oihaneder, Elena Arzak, Pilar Idoate, Eneko Atxa, Gorka Txapartegui, Ruben Trincado, …

8. Pintxomania

Quizás no te descubrimos nada nuevo si te decimos que los pintxos son pequeñas raciones de comida que se encuentran en las barras de los bares. Normalmente se comen en dos o tres mordiscos. Desde la tradicional rebanada de pan cubierta de alimentos hasta alta cocina en miniatura. En su edición de 2018, la guía Ultimate List de Lonely Planet la coronó como “la mejor experiencia gastronómica del mundo”. Causa furor entre los visitantes y está profundamente enraizada en la cultura de ocio de los vascos y vascas. Ah, y normalmente los pintxos se comen de pie. ¡Viva la informalidad!

9. Palabra de vasco

La confianza mutua que se genera entre el cliente y el hostelero es sagrada. En un bar no se suele pagar justo después de pedir las consumiciones. En Euskadi se beben y se come despreocupadamente. Solo al final de su estancia el camarero lanzará la pregunta (“¿qué es lo que ha sido?”), a lo que el cliente responderá con honestidad. “Palabra de vasco” es una conocida expresión que sustituye una firma o el tradicional apretón de manos. Como dijo una vez el arquitecto Frank Gehry, basta con decirlo. “Cuando los vascos dicen algo, no necesitas ponerlo por escrito”.

10. Basque Culinary Center: la meca del sabor (y del saber)

No resulta nada exótico que Euskadi acoja una facultad de gastronomía. La primera promoción del Basque Culinary Center se graduó en 2015, donde estudiantes venidos de todo el mundo se curten en cocina vanguardista y amplían miras con otras facetas relacionadas con la gastronomía. Adscrito a la Universidad de Mondragón, en este Harvard de la cocina participan con clases magistrales los mejores chefs del planeta y también cuenta con el primer centro tecnológico de gastronomía, BCC Innovation.

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10 libros para sumergirse en la literatura vasca del siglo XXI

La lista que viene a continuación conjuga distintas almas de la literatura vasca, reúne nombres consagrados con otros que empiezan a salir del cascarón y todos ellos conforman una suerte de dream team de las letras en euskera. Muchos de estos libros son traducidos a varios idiomas, han recibido múltiples premios y hasta en algunos casos sus historias se han llevado al cine. 10 libros escritos en el presente siglo y que su lectura será tan gratificante como descubrir tesoros escondidos en el fondo del mar.

1. SPrako tranbia (Unai Elorriaga, 2001)

Cuando Unai Elorriaga se llevó el Premio de Narrativa Española en 2002 por SPrako tranbia solo tenía 29 años. Su primera novela abrió las puertas a una nueva generación de escritores vascos y generó una revolución en el panorama literario. ¿De qué trataba su debut? ¿Qué tenía de especial? ¿Quién era aquel joven escritor? La historia de Lucas, Marcos y María es también el lugar de encuentro entre la juventud y la vejez narrado con un estilo original. Aitzol Aramaio llevó la novela al cine con la película Un poco de chocolate. “El de Unai Elorriaga es uno de esos libros que aparecen en contadísimas ocasiones”, escribió Felipe Juaristi en El Diario Vasco. El libro ha sido traducido al castellano por el propio Elorriaga y, además, a otras 7 lenguas: búlgaro, estonio, catalán, gallego, alemán, serbio e italiano.

2. Lagun izoztua (Joseba Sarrionandia, 2001)

Joseba Sarrionaindia es uno de los escritores más brillantes de la literatura vasca. También uno de los más enigmáticos: se fugó de la cárcel de Martutene en 1985 escondido en los altavoces del músico Imanol y estuvo en paradero desconocido durante más de 30 años. Residente en Cuba, Lagun izoztua fue un éxito de ventas y logró el Premio de la Crítica a la mejor obra en prosa escrita en euskera. Con el exilio como eje central, es lo más cerca que ha estado ´Sarri´ de escribir una autobiografía: “Aunque se trate de ficción, me he sentido muy implicado en los personajes y las situaciones de la novela”, explicó en la revista Argia. El libro fue publicado también en castellano bajo el título El hombre congelado; además, se ha traducido al italiano y al alemán.

3. Soinujolearen semea (Bernardo Atxaga, 2003)

Estamos ante una figura de calado universal. Desde el éxito inapelable de Obabakoak (1988), cada lanzamiento de Bernardo Atxaga suele convertirse en un acontecimiento. Y, habitualmente, su efecto se multiplica en varias direcciones. El caso de Soinujolearen semea es paradigmático: tuvo una aplaudida adaptación teatral en 2012 y en 2019 se estrenó una película dirigida por Fernando Bernués basada en la novela. Ha sido, además, traducido ya a 16 idiomas: búlgaro, castellano, catalán, danés, alemán, francés, gallego, italiano, holandés, polaco, ruso, esloveno, sueco, inglés, greco y turco. Atxaga desarrolla en el libro uno de sus relatos más personales y representativos, la relación de amistad de sus dos protagonistas, Joseba y David, desde la Guerra Civil hasta finales del siglo XX.

4. Bilbao-New York-Bilbao (Kirmen Uribe, 2009)

Otro debut deslumbrante. Kirmen Uribe triunfó por todo lo alto con su primera novela y se llevó todos los premios habidos y por haber, desde el Premio de Narrativa Española al Premio de la Crítica en lengua vasca. Chapoteando en las aguas de la autoficción, el relato se desarrolla durante un vuelo entre el aeropuerto de Bilbao y el JFK de Nueva York, y destapa la historia de tres generaciones de una misma familia. El escritor de Ondarroa participa con asiduidad en encuentros internacionales de literatura. “Uribe hunde sus raíces en el País Vasco, pero es totalmente universal”, ha dicho de su obra The Harvard Book Review. Bilbao-New York-Bilbao se ha traducido ya a 13 idiomas: castellano, catalán, gallego, portugués, ruso, georgiano, francés, búlgaro, japonés, serbio, albanés, inglés, esloveno.

5. Twist (Harkaitz Cano, 2012)

Harkaitz Cano es uno de los hombres multitasking de la cultura vasca. Ejerce de traductor literario, tiene alma pop (fue guionista de televisión y está estrechamente ligado al mundo del cómic) y él mismo admite que es un “músico frustrado”. Con Twist, su cuarta novela, ganó su segundo Premio Euskadi de literatura, entre otros galardones, y ha sido traducida a media docena de idiomas: castellano, inglés, búlgaro, serbio e italiano. Aunque es una historia de ficción, el libro arranca con un hecho que marcó como un puñal en el pecho a una generación entera de vascos: el secuestro, tortura y asesinato en 1983 a manos del grupo parapolicial GAL de los miembros de ETA José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala.

6. Martutente (Ramón Saizarbitoria, 2013)

Ha sido equiparada con la grandeza de Tolstói y con la obsesión por la precisión estilística de Flaubert, pero Martutene toma como referencia Montauk, la novela de Max Frisch. No estamos ante un lanzamiento más en la dilatada trayectoria de Ramón Saizarbitoria, uno de los grandes renovadores de la literatura vasca. Su extensión (720 páginas), su afán de obra total y definitiva sobre el País Vasco, y la lluvia de premios y elogios, marcaron un nuevo hito en su carrera. “Nos hallamos ante un concienzudo arquitecto que erige armoniosos edificios literarios bien ensamblados cuyo contenido requiere una atenta lectura”, sintetiza el lingüista Gorka Aulestia. Ha sido traducido al castellano y al inglés.

7. Bidean ikasia (Arantxa Urretabizkaia, 2016)

El alarde de Hondarribia es un desfile de armas que se celebra desde 1639 para conmemorar la liberación de la ciudad de las tropas del Rey Luis XIII de Francia. En 1993 un grupo de mujeres pidió poder participar en el alarde, una reivindicación que se ha topado con numerosas piedras en el camino. Arantxa Urretabizkaia, una de las principales voces literarias vascas, decidió contar la lucha de estas mujeres, unos acontecimientos amargos y duros, que abrieron heridas y removió conciencias. Logró el Premio Euskadi de Literatura en euskera 2017. “El libro es el logro de una escritora que ha sabido mirar la realidad en su conjunto con total madurez”, apuntó el jurado. Se tradujo al castellano con el nombre Lecciones del camino.

8. Jenisjoplin (2017, Uxue Alberdi)

Escritora y bertsolari (el arte de cantar en verso de manera improvisada), Uxue Alberdi pertenece a una nueva generación de escritoras vascas que conjuga lo local con lo universal y que, asimismo, se distinguen por un marcado carácter feminista. Jenisjoplin cuenta la historia de Nagore Vargas, una joven bilbaína que trabaja en una radio libre a la que meten en un lío tremendo. El conflicto vasco es el punto de partida para contarnos una dramática historia personal, pero también una hermosa historia de amor con vínculos familiares. La segunda novela de Alberdi obtuvo el premio de los lectores vascos 111 Akademia.

9. Bihotz handiegia (2017, Eider Rodríguez)

Con Eider Rodríguez ha sucedido un hecho insólito: por primera vez una persona ha obtenido dos galardones del Premio Euskadi el mismo año, por el cómic Santa Familia y el libro de relatos Bihotz Handiegia. Aunque es de Hegoalde (Errenteria), Rodríguez vive en Iparralde (Hendaia) y no parece casual que los cuentos de este libro estén atravesados por las fronteras que separan dos comunidades, dos realidades distintas, pero que también ejercen de pegamento y los unen para siempre. Los años que pasó en París y Madrid forjaron su identidad como escritora. Se sentía extranjera. Y ese sentimiento recorre los personajes de estos seis relatos. Esta obra ha sido traducida al castellano, al inglés y al catalán.

10. Azala erre (2018, Danele Sarriugarte)

La más joven de esta selección y uno de los nombres que más está dando que hablar en los círculos literarios. Danele Sarriugarte (Elgoibar, 1989) se dio a conocer con su primera novela, Erraiak (2014), que se llevó el premio otorgado por el gremio de libreros de Gipuzkoa. Esta vez aborda temas como la amistad, la envidia, el éxito y la superficialidad con el mundo del arte como telón de fondo. Una historia que retrata la dependencia de las redes sociales de sus dos jóvenes protagonistas y todos los rumores que se generan a su alrededor. “Un escritor no debería prestar atención al ruido que muchas veces se crea en Twitter”, reflexiona Sarriugarte.

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Scotland Goes Basque 2019

Euskadi y Escocia comparten una fuerte y rica identidad cultural, un orgullo por sus raíces, y una pasión por cultivarlas y darlas a conocer en el mundo.

La dinámica vida cultural escocesa se refleja en los espacios de creación y en los festivales internacionales de música, cine, danza o literatura al más alto nivel que organizan a lo largo del año, entre otros eventos.

Así, el programa #ScotlandGoesBasque se ha desarrollado durante 2019 con el objetivo de mostrar la creación vasca contemporánea en Escocia, estrechar lazos entre las dos culturas y fomentar el intercambio.

Desde la literatura hasta las artes escénicas, sin dejar de lado la música y el cine, el ciclo cultural vasco-escocés #ScotlandGoesBasque ha demostrado la excelencia de los creadores vascos en numerosos festivales y citas punteras (Celtic Connections, Edinburgh International Book Festival, Edinburgh Festival Fringe, etc.). Y al mismo tiempo, tanto en el ámbito académico como cultural, ha sido un punto de encuentro para intercambiar ideas y estrechar la colaboración entre artistas, profesionales e instituciones.

En total, 86 creadores/as vascos/as (músicos, intérpretes, bailarines/as, escritores/as, directores/as de cine, etc.) han participado en 106 actividades promovidas por Etxepare Euskal Institutua. Además de las sesiones abiertas al público, se han llevado a cabo sendos encuentros profesionales en torno al cine y la música, y un congreso internacional. En total, 137 agentes culturales vascos/as han viajado a Escocia para participar en las diferentes actividades que se han llevado a cabo a lo largo del año.

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Quebec-Pays Basque 2020-2021

Quebec y Euskadi han tenido contacto desde hace mucho tiempo. La relación entre ambos territorios, que comenzó hace cinco siglos a través de los balleneros vascos, se mantiene viva hoy en día.

Asimismo, Quebec y Euskadi comparten una visión común con respecto a la protección de la diversidad cultural y lingüística, la apuesta por la innovación y el compromiso con el medio ambiente y para hacer frente al cambio climático.

Saison Québec-Pays basque 2020-2021 servirá para poner en valor la excelencia de nuestros creadores, la colaboración entre los agentes culturales de Quebec y Euskadi, fomentar el intercambio de artistas, creadores e industrias culturales y estrechar la colaboración entre ambas naciones.

Dirigido por Etxepare Euskal Institutua y el Ministerio de Cultura y Comunicación de Quebec, el proyecto tendrá un recorrido de ida y vuelta: se celebrará una temporada cultural vasca en Quebec y los/las creadores/as quebequeses/as mostrarán su trabajo en Euskadi.

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